lunes, 20 de mayo de 2013

Lírika, por Andrés Trapiello



Juan Ramón Jiménez estaría feliz de ver que la vida ha vuelto al paraje de Fuentepiña. Raúl

Andrés Trapiello


ANDRÉS TRAPIELLO


ENTRE NOSOTR*S

Lírika

Magazine 09/05/2013

En esta vida, que a menudo se corta de golpe, casi todo viene de lejos. Hace cien años los reveses de la fortuna, la filoxera y los limos que acabaron con la navegabilidad del Tinto arruinaron a una familia acaudalada del sudoeste español. En el camino que va de ser ricos a ser pobres la gente desesperada suele hacer una parada en los bancos, convencida de que estos tienen un corazón de oro, fantasía común y triste, pues todo el mundo sabe que los bancos lo tienen de cualquier cosa menos de oro: de acero, de turba, de heces, y que prestan su dinero con la secreta esperanza, bendita usura, de que no puedan devolvérselo para quedarse con todo a bajo precio. Y eso ocurrió hace cien años. Del disgusto, el padre y jefe de aquella familia sincopó, y a la madre y los hermanos no les sirvieron de nada los pleitos, al contrario, lo poco que podía quedarles acabó en manos de los abogados. No obstante, lograron retener algunas propiedades sin gran valor que se repartieron buenamente. Ni siquiera entonces hubo alegría: aquellas poquiterías, que ninguna renta les proporcionaban, iban a recordarles de por vida el esplendor y la magnificencia perdidos.

Hasta aquí la somera historia. Así arrancan muchas novelas. Esta tiene como protagonista, sin embargo, a un poeta, Juan Ramón Jiménez. Él fue uno de los que heredó una de aquellas poquiterías, una finquita a las afueras de Moguer, llamada Fuentepiña, que no le dio otro fruto que una pequeña piedra, que llevó en el bolsillo de su chaqueta los años que duró su exilio, hasta su muerte. Le recordaba aquel paraje en el que ideó y en parte escribió y ubicó sus historias de Platero. 

El tiempo corre para todo el mundo, la finca a la muerte del poeta cambió de manos, y hoy su dueña, que no hace ningún uso de ella, se halla en pleitos que han llegado al Tribunal Supremo, pues, a diferencia de aquel río que cegó su lecho con lodos de las minas de cobre, el de la justicia es hoy por hoy el cauce más navegado de España.

No le ha sido a uno sencillo comprender la naturaleza de las desavenencias entre la propietaria y el alcalde de Moguer y demás autoridades, tal y como vienen contadas en el periódico Huelva Información, pero parece que todo nació de la declaración de la finca como “bien de interés cultural”, en lo que no se muestra de acuerdo su propietaria. ¿Por qué razón?¿Supongo que siendo bien de interés cultural, esa finca vale menos. Ah, el dinero, dijo Bécquer. Entre tanto, informa ese periódico, cuatro inmigrantes marroquíes han okupado la finca y viven en la modesta casa que hay en ella en condiciones de extrema miseria. Allí ranchean y duermen, allí pasan las horas que no dedican a buscar trabajo, esperando que cambie su suerte. Algunos, con cierto filisteísmo, denuncian el abandono en el que se halla un lugar tan sagrado para la poesía y piden el desalojo (no la dueña, que de momento se inhibe), pero lo cierto es que, conociendo a JRJ, estaría feliz de ver que la vida ha vuelto a aquel paraje, que al fin su abandonada Fuentepiña le sirve a alguien que de veras la necesita, y él, que conjugó la lírica de todas las maneras, hoy, a la espera de lo que digan los jueces, la escribiría con k.

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